El pueblo cajamarquino es hoy la expresión de protesta que preconizaron José María Arguedas y Ciro Alegría. Expresión que los defensores de la ignominia, cuya infamia no sólo los lleva a pensar solamente en el beneficio de un grupúsculo de informales mineros, que en nada contribuyen al desarrollo del fisco, sino que además su acefalía y resentimiento político los lleva a enfrentar al pueblo, con un presidente que se comprometió a gobernar para ellos, aprovechando sus medios de prensa.
Los cajamarquinos defienden su hábitat, su medio ambiente y los recursos hídricos que les permitirán sobrevivir en un mundo cada vez más contaminado por las industrias y la búsqueda insaciable de riqueza que está acabando con el delicado equilibrio ecológico de nuestro planeta.
Los funcionarios sentados en sus escritorios y los flamígeros e incendiarios políticos derechistas, defensores de la economía de mercado a ultranza, jamás entenderán lo que es sufrir enfermedades alérgicas e inmunológicas, producidas por los tóxicos químicos de los relaves mineros y lo que significa la amenaza de exterminar sus fuentes naturales de agua, vitales para su ancestral actividad agrícola y para sobrevivir en un mundo donde cada vez es más notoriamente escaza.
Finalmente es una cuestión de soberanía local y no hay que olvidar que la soberanía no se discute, se defiende con todo lo que se tenga a la mano.